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A fines del siglo XVIII, una forma artística popular típicamente japonesa, el "ukiyo- e", arribaba a su momento de apogeo. Se trataba de estampas realizadas a partir de grabados en madera que representaban los aspectos más cautivantes del "mundo flotante" (eso quiere decir "ukiyo-e", precisamente), como las geishas, los paisajes y el teatro Kabuki. Eran éstas las pasiones de una clase media vocinglera y vital, con dinero para gastar y ávida de placeres; coleccionar las baratas reproducciones con imágenes de sus actores favoritos o de las cortesanas más admiradas era una de las tantas aficiones de la baja burguesía de la pujante capital del Shogunato, Edo (hoy Tokio). Muchos de los notables artistas que se dedicaron a esta particular tradición pictórica, como Harunobu, Kiyonaga, Utamaro, Toyokuni, Hokusai e Hiroshige, si bien despreciados por la casta samurai gobernante, de gusto aristocrático y refinado, fueron aclamados por mercaderes y artesanos. Alcanzaron su consagración universal definitiva cuando los "descubrió" Occidente, en la segunda mitad del siglo XIX, y deslumbraron a Van Gogh, Cézanne, Beardsley y Klimt, entre otros. Ahora bien, de todos esos renombrados cultores del "ukiyo-e", Toshusai Sharaku merece especial atención, por lo desconcertante.
Para empezar, parece que ése no era su verdadero nombre, sino un seudónimo que empleó para ocultar su verdadera identidad. Irrumpió en el mundo de la estampa en 1794, y luego de realizar poco más que un centenar de obras, mayormente retratos de actores de Kabuki, en un período de diez meses, desapareció tan sorpresivamente como había llegado. Es que su trabajo fue tan criticado por sus contemporáneos, que su editor, Tsutaya Juzaburo, no pudo permitirse seguir apostando por él. El rechazo fue tan unánime que eso parece explicar la ausencia total de registros sobre la vida y aun la identidad de este enigmático artista.
Una de las hipótesis que busca explicar por qué Sharaku abandonó su carrera, es que en realidad era un actor de teatro Noh al servicio de la poderosa familia feudal de los Hachisuka. Los líderes del clan le prohibieron que continuara haciendo retratos de actores de Kabuki, forma teatral considerada chabacana e indigna por la aristocracia, que sí patrocinaba al tradicional y antiguo Noh. Por su denigrante "ofensa", que estigmatizaba al clan todo, Sharaku fue exiliado a Awa, el terruño familiar, y ya no regresó a Edo. Esta teoría explicaría el uso del seudónimo: un respetable actor del rancio Noh no podía permitir que su nombre fuera asociado al poco respetable mundillo del "ukiyo-e".
Existen hipótesis aun más pintorescas, dignas del folletín, pero igualmente trasnochadas, como la que cuenta que Sharaku fue emboscado una noche por esbirros contratados por actores de Kabuki, furiosos por los retratos que nuestro autor había realizado de ellos. De un sablazo, un sicario le cortó el brazo derecho, al mejor estilo yakuza (la mafia nipona), truncando para siempre su carrera artística. Sea como fuera, el caso es que Sharaku desapareció sin dejar rastros. Lo que queda, para nuestra fortuna, es el legado de su obra única, urticante.
La descarnada intensidad de sus retratos hizo que Ernest Fenollosa, el gran erudito norteamericano del siglo XIX, especialista en el arte del Extremo Oriente, lo calificara como "practicante de la vulgaridad". Dice Muneshige Narazaki: "...Ciertamente, el arte de Sharaku no atrae por su belleza o encanto. Sus obras maestras se caracterizan por su dinamismo y energía, y aunque de vez en cuando nos hagan sonreír por su aparente exageración, no nos conmueve por lo bello. Sin lugar a dudas, Sharaku fue impopular porque no satisfizo las expectativas del público que compraba estampas e iba al teatro, para quienes los actores de Kabuki eran todos apuestos y atractivos, y debían ser retratados como tales."
Sharaku no hacía concesiones al "buen gusto", y su personalísimo realismo, por otra parte tan japonés, que va más allá de la forma externa de las cosas y busca plasmar la esencia interior, parecería querer espiritualizar la fealdad, elevar lo grotesco a un nivel de profundidad psicológica y existencial que poco y nada tiene que ver con convencionales apreciaciones estéticas. En las torvas muecas de sus personajes, en la intolerable tensión de sus gestos histriónicos, se expresa crudamente la tragicomedia humana, sin idealizaciones, sin subterfugios. Y esto se logra con una economía técnica asombrosa, con una síntesis admirable, empleando recursos gráficos que sugieren volumen a partir de las superficies planas, tan ajena a la concepción representativa occidental, y tan emblemática del Oriente.
Como una estrella fugaz rocambolesca, Sharaku cruzó el firmamento del "ukiyo-e" para desvanecerse sin dejar huellas. Sus caricaturas oscuras, su humor sardónico hecho línea sobre papel, son lo único que nos queda de su visión turbadora. Complacientes abstenerse.
At the end of the XVIII century, a typically Japanese artistic form , "ukiyo-e", reached its apogee. Prints obtained from wood engravings depicted the most alluring aspects of "the floating world" (that is, precisely, "ukiyo-e"): geishas, landscapes and Kabuki actors. These were the chief interests of a loud and lively middle class, with money to spend and pleasure-loving. To collect the cheap leaflets with the portraits of their favouite actors or the most admired geishas was one of the many passions of the low bourgeoisie of the bustling capital of the Shogunate, Edo (modern Tokio). Many of the remarkable artists who dedicated themselves to this particular graphic tradition, as Harunobu, Kiyonaga, Utamaro, Toyokuni, Hokusai and Hiroshige, were despised by the ruling samurai caste, of refined and aristoratic tastes, but cherished by merchants and artisans. They achieved universal renown when the West "discovered" them, in the second half of the XIX century, and they dazzled Van Gogh, Cézanne, Beardsley and Klimt, to name a few. Among those consecrated artists of the "ukiyo-e", Toshusai Sharaku deserves special attention, because he is the most disconcerting of them all.
To begin with, it seems that wasn’t his real name, but a pseudonym he adopted to conceal his true identity. He blazed his way into the engraving world in 1794, and soon after making a hundred prints or so, mostly Kabuki actors’ portraits, in no more than ten months, he vanished as abruptly as he had appeared, perhaps because his contemporaries criticized his work so much, that his publisher, Tsutaya Juzaburo, could not allow himself to go on backing such a controversial artist. The rejection of his output was so unanimous that it explains rhe complete lack of data about the life and even the identity of this enigmatic character.
A hypothesis which tries to explain why Sharaku abandoned his promisory carer as an artist, proposes that he was really a Noh actor in the retinue of the powerful feudal family of the Hachisukas. The clan leaders forbade him to continue painting Kabuki actors, because the nobility considered that theatrical form vulgar and undignified, as opposed to the ancestral and aristocratic Noh theatre. As a punishment for his shameful "offence", which compromised the whole clan’s honour, he was exiled to Awa, the family feud, and never returned to Edo. This theory may elucidate the use of a pseudonym: a respectable actor of the traditional Noh should not stoop to have his name associated to the prosaic world of "ukiyo-e".
There are more picturesque hypotheses, worthy of a melodramatic thriller, like the one which tells how Sharaku was ambushed one night by thugs hired by Kabuki actors, furious because of the ludicrous portraits the artist had made of them. With a swordstroke, one hireling cut off Sharaku’s right arm, in the hallowed "yakuza" fashion, putting an end to his career. The fact is that Sharaku disappeared without a trace. However, we are fortunately left with the legacy of his unique, disturbing ouvre.
The raw intensity of his portraits made Ernesto Fenollosa, the great American scholar on the Far East, snub him as an "arch-purveyor of vulgarities". Muneshige Naeazaki writes ( as translated by Bonnie Abiko): "... Certainly Sharaku’s art is not appealing for its beauty or charm. Sharaku’s masterpieces are characterized by dynamism and energy, and while they may provoke in us a smile from time to time for their aparent exaggeration, they do not nove us out of sheer beauty. Undoubtedly, Sharaku was unpopular because he failed to meet the expectations of the print-buying, theatre-going public, in whose eyes the leading Kabuki actors of the day were all handsome, good-looking men, and who expected to see them portrayed as such."
Sharaku didn’t care about what was "tasteful", and his very personal form of realism, so typically Japanese, which sees beyond the external shape of things and endeavours to depict its inner essence, attempts to spiritualize ugliness, elevate the grotesque to a level of psychological and existential depth which has very little in common with conventional aesthetic standards. In the twisted grimaces of his characters, in the heightened tension of their dramatic poses, he expresses without subterfuge, without idealization, the human tragical comedy. And he achieves this with an admirable economy of technique, with an astounding synthesis, suggesting volume and weight with flat designs, so alien to Western representational conceptions, and so emblematic of the Orient.
Like a bizarre shooting star, Sharaku crossed the"ukiyo-e" firmament, and faded away. His dark caricatures, the sardonic humour of his line, ae the only remnants of his uncompromising vision.