sábado, 16 de enero de 2010

El "Mangwa" de Hokusai

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Katsushika Hokusai (1760-1849) es quizá el más conocido representante del Ukiyo-e, al menos en occidente. Literalmente, el término Ukiyo-e significa "Imágenes del Mundo Flotante", concepto que describía el encanto ilusorio y materialista de la vida cotidiana en el Edo (hoy Tokio) del período Tokugawa. La clase media mercantil y urbana de alguna manera impuso su gusto y vitalidad y fomentó esta expresión artística popular, contrapuesta al aristocrático refinamiento de la casta samurai, que se hallaba en franco aburguesamiento. La sutileza de la pintura tradicional , que tenía sus raíces en venerados modelos chinos y en la filosofía zen, el simbolismo austero y profundo del teatro Noh, eran patrimonio de las castas superiores , y la nueva clase media, pujante y vulgar, quería otra cosa. Atestaba las salas del teatro Kabuki, donde se conmovía ante obras plenas de melodrama y sensacionalismo, tan diferentes al poético Noh; concurría al Yoshiwara, el "barrio de placer" de Edo, para deleitarse con la hermosura de las "geishas".





Es por eso que los retratos de los populares actores de Kabuki y de las geishas constituyen dos de los principales temas del Ukiyo-e. El desarrollo de la xilografía (grabado en madera) fue el paso adelante en las técnicas de reprodución que permitió difundir esta manifestación artística. En las últimas décadas del siglo XVIII, estampas con las temáticas referidas eran ávidamente adquiridas por un público numeroso; a éstas se sumaron, ya comenzado el siglo XIX, las que figuraban paisajes. La paisajística había sido durante siglos uno de los géneros dominantes de la pintura tradicional en China y en Japón, pero los artistas del Ukiyo-e no buscaban representar un paisaje idealizado, espiritualizado, sino lugares concretos y reales. Es en esta vertiente que descolló Hokusai, con sus célebres "Treinta y Seis Vistas del Fuji", entre muchas otras series de paisajes memorables.



Pero de ninguna manera era esta temática la única desarrollada por este artista excéntrico, temperamental e inquieto, durante su larga carrera. Acosado por sus acreedores y por su recalcitrante inconformismo ( se cuenta que se mudó más de noventa veces), de difícil trato, huraño e infatigable, Hokusai vivía para el dibujo. Esta dedicación obsesiva quizá tenga su manifestación más elocuente en el controvertido "Mangwa" ( o "manga") .




Quince volúmenes constituyen esta obra desaforada: el primero data de 1814, y el último fue publicado después de muerto su creador, en 1878. Laberíntica y descomunal enciclopedia gráfica de la vida cotidiana, el marco natural y las creencias y leyendas del Japón, esta obra fue recibida con conmovedora admiración por el pueblo, para el cual se convirtió en una especie de "biblia de los pobres". Llamativa también es la profunda impresión que causó a fines de siglo XIX cuando fue descubierta por los intelectuales de occidente. Como dice Richard Lane en su estudio sobre Hokusai, "...si bien algunas (de las reacciones) pueden parecernos ingenuas hoy en día, debe recordarse que éstas fueron las de aquellos pioneros que habían dado repentinamente con algo tan sorprendente – y vastamente complejo- como las ruinas de Angkor Vat." Occidente había caído bajo el encantamiento de Oriente, como lo atestiguan Van Gogh y Debussy, Yeats y el Art Noveau.

Actualmente, el juicio sobre esta polémica obra poco tiene que ver con las extravagantes efusividades decimonónicas ( "...La historia de lo bello está ya completa: esculpida en los mármoles del Partenón, y bordada con aves al pie del Fuji-yama, en el abanico de Hokusai", como dijo Whistler en 1885). Sin llegar a los extremos en los que se expresara el gran coleccionista y poeta americano A.D. Ficke ( "... hay algo vulgar, infantil, subdesarollado en la actitud mental (que el Mangwa revela)... Parece tratarse de una tosca voracidad por toda experiencia, huérfana de la capacidad de juzgar y descartar..."), J. Hillier sostiene: "... No es prudente mirar más que una pequeña fracción de este "magnum opus" por vez. La falta de un plan, de homogeneidad, la fragmentaria naturaleza de los dibujos, consiguen saciar sin satisfacer; la inquietud misma del pincel, que pasa imparcialmente de un molusco a la diosa Kwannon, de un duende al jardín de un templo, de flores a pagodas, consigue desconcertarnos por su propio virtuosismo..." Hay mucho de verdad en estos juicios más críticos, pero extrañamente lo que se censura, desde otra óptica, es lo que vuelve a esta obra fascinante. El derroche excesivo de imágenes, la inevitable banalidad de la que algo tan dilatado no puede dejar de adolecer, revelan sin ambages la curiosidad febril, el talante hiperactivo del artista.




Debemos esta obra al entusiasta celo de algunos seguidores de Hokusai (Bokusen, Hokutei y Hoku-un), naturales de Nagoya, que se presentaron al maestro cuando éste visitara su ciudad en sus constantes errabundeos; deslumbrados por la fama y el carisma del más comentado artista de la capital, se convirtieron en sus discípulos. Durante su estancia en Nagoya, realizó, como era de costumbre en él, miríadas de bocetos sobre todos los temas imaginables. Fue ante la insistencia de sus alumnos que Hokusai al fin accedió a que fueran recopilados en libros. En el prólogo del libro I, Hanshu, el prologuista, escribió: "...Cuando le preguntamos a Hokusai qué título quería darle a la colección, simplemente dijo ´Mangwa´." Se ha traducido este término como "Bocetos sueltos" o "Miscelánea de bocetos": la total ausencia de pretensión que tal denominación revela corresponde claramente al irónico maestro, que no solía ser muy paciente con la pompa y circunstancia.




No eran poco comunes este tipo de publicaciones, pero la de Hokusai asombra por su fecundidad y cantidad. La vida bulliciosa de Edo y la campiña, los heroicos protagonistas de leyendas chinas y japonesas, peces, plantas, oficios, espectros, puentes, detalles artquitectónicos, máscaras, paisajes nocturnos, jinetes, luchadores de sumo, comitivas, músicos: la lista podría seguir hasta el vértigo. Citemos otra vez a Hillier: "... Cualquier cosa que el maestro dibujase era digna de ser perpetuada, y el indiscriminado homenaje de los discípulos... llevó a la inclusión de mucho material sin valor y trivial".



Puede ser que así fuera, pero ya el mero hecho de que esta obra fuera realizada es amplio mérito y su propia justificación ante la posteridad. Si bien es innegable que hay realizaciones descartables , las hay también sublimes, y en ingente número. Y, sobre todo, el hálito de la vida, del gesto característico expresado con los trazos indispensables y poco más, de la destreza técnica y la observación inspirada. Todo ello sazonado con un humor agudo e irónico, pero nunca cruel o malicioso: Hokusai, maestro de la caricatura, podía reirse de sus congéneres, pero se reconocía a sí mismo como uno más de ellos.




Quizás el logro más alto del "Mangwa" es haber conseguido la síntesis perfecta entre el tradicional lenguaje gráfico japonés y la idiosincrática visión del artista. Encontramos en él la típica idealización de las artes visuales orientales, pero enriquecida por un naturalismo fuertemente nipón, pero a la vez capaz de conformar de manera instintiva la concepción naturalista de Occidente. Y es así que este "potpourri", esta "olla podrida", pueda erigirse como obra maestra universal.


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