En el post anterior hablé de Lord Dunsany. Inevitablemente, debo hablar también de quien fue el ilustrador de muchos de sus relatos, el inigualable Sidney Sime. Desde que desubrí su obra, ha estado presente en cada trazo que hice sobre el papel, cuando me iba a explorar la Tierra de los Sueños. escribí este artículo en octubre de 2007 para la excelente "Sacapuntas", la revista online de ADA (Asociación de Dibujantes de la Argentina), que editaran Rodolfo Fucile y Lucas Nine.
En
1911, Sime escribió a su amigo, el compositor Josef Holbrooke: “Un sujeto
emprendedor me encargó un buen número de ilustraciones para una lujosa edición
de los cuentos de Edgar Allan Poe que
piensa publicar. Le doy vueltas y vueltas al asunto, porque no sé si estaré a
la altura del autor. Sabes, espero conocer a Poe en el infierno, y no quiero
embarrar el encuentro.”
En
1941, el año de la muerte de Sime, pocos recordaban su obra, tan admirada a
principios de siglo. Sime era en cierta medida responsable de tal olvido: por
más de veinte años había vivido recluido con su esposa ( Mary Pickett, artista
también, una mujer de belleza prerrafaelista, melancólica y enfermiza) en una
casa de campo en Worplesdon. Contaban
con una magra pensión para subsistir; las únicas actividades de Sime eran
largas caminatas por la campiña, estudiar insectos bajo el microscopio, beber
en la taberna local y apostar en las carreras de caballos. Rara vez dibujaba.
Las modas y las nuevas corrientes estéticas sólo conseguían irritarle; sabía
que su obra era para ellas una reliquia del pasado, rancia y decadente.
Sidney había nacido en Manchester, al norte de Inglaterra, en 1865. Su
familia era de clase media baja, motivo por el cual Sydney tuvo que trabajar
desde muy joven en las minas. En los escasos ratos libres, solía esbozar con un
trozo de carbón demonios y endriagos en las paredes de los túneles: el
inframundo, que tanto le obsesionaría como artista profesional, ya se
manifestaba lóbregamente en esos apuntes de aficionado. El típico tesón
victoriano le permitió asistir a la Escuela de Arte de Liverpool. Al completar
sus estudios, inevitable, inexorablemente, viajó a Londres. Podía haberse
dedicado a la enseñanza o a la plástica, pero le interesaba la ilustración, y
sólo en la metrópoli un ilustrador hacía carrera.
Afortunadamente para él, era la época de oro de las revistas ilustradas.
Desde 1880 éstas habían empezado a usar
fotografías, pero gracias al desarrollo de nuevas técnicas de impresión, eran
los artistas gráficos, como Aubrey Beardsley, Phil May, Charles Ricketts y
Laurence Housman, los que dominaban el medio. “The Pall Mall Magazine”, “The
Idler”, “The Illustrated London News”, “The Yellow Book”, son algunas de las
emblemáticas publicaciones de fines del siglo XIX. . Nada nos cuesta imaginar a Dorian Gray, el sofisticado
“dandy” creado por Oscar Wilde, leyendo alguna a la luz vacilante de una
lámpara de gas.
La referencia de Wilde no es casual: el joven
Sime fue muy influenciado por Beardsley, quien había realizado las
ilustraciones para la controvertida obra de teatro “Salomé”, del igualmente
controvertido escritor irlandés ( la obra había sido prohibida en Inglaterra
por su “carácter inmoral”). Como a Beardsley, a Sime le fascinaba la estilizada
grafía de las estampas japonesas, tan en boga en la sofisticada Europa
decimonónica, el contraste monocromático del blanco y negro, las temáticas
mórbidas y exóticas del esteticismo simbolista. Pero nuestro autor no tardó en
desarrollar un vocabulario gráfico propio; siguió fiel, eso sí, al blanco y
negro, con algún grisado a base de aguada, grafito o acuarela de vez en cuando.
A diferencia del lineal Beardsley, Sime disfrutaba trabajando las tonalidades y
texturas de sus imágenes.
Las
imágenes... No obstante ser un buen caricaturista, eran sus viñetas de índole
onírica o fantástica las que le granjearon la admiración del público y sus
colegas. Sus intereses esotéricos (tan típicos entre los literatos, artistas e
intelectuales de su generación, quizá como reacción al materialismo positivista
de la época) se plasmaban en sus turbadoras ilustraciones, de las que no estaba
ausente el humor. Es que el humor, a veces negro, o ácido, es elemento primordial
de lo grotesco, y Sime fue maestro del grotesco. Sus viñetas eran ventanas a
mundos inquietantes, alucinatorios, donde lo monstruoso, lo bello y lo absurdo
se combinaban de manera inédita. Fueron precisamente estas cualidades las que
llamaron la atención de Lord Dunsany, aristócrata por nacimiento, y escritor
por vocación.
Dueño
de una prosa exquisita, y de una imaginación refinada, Dunsany era autor de
relatos fantásticos, en los que refería extraños sucesos en tierras de ensueño,
de tono vagamente oriental. Quería que sus libros estuvieran ilustrados, y
enseguida pensó en dos artistas que admiraba: el primero era Gustave Doré, que
ya había muerto, y el otro era Sime, que, a los cuarenta años, estaba activo y
disponible. Dunsany ( que a la sazón tenía veintiséis años) y Sime se
encontraron, y así nació una de las duplas creativas más fascinantes que se
recuerden.
Sus
colaboraciones no seguían el modelo ortodoxo de las que se dan entre autor e
ilustrador. Una vez Dunsany le pidió a Sime que realizara imágenes para las que luego escribiría una
historia, “y añadir algo más a su misterio”, según sus propias palabras.
“Misterio” es una palabra clave para apreciar la obra de Sime: sabemos que se
esforzaba por dotar a sus viñetas de una atmósfera inquietante y enigmática.
Comparando a Sime con otros artistas de lo fantástico que fueron también sus
contemporáneos, como Beardsley, Rackham, Dulac y Clarke, Ray Bradbury escribió:
“...Hay una cualidad extra en Sime, de agoreros presagios, de sombría amenaza,
un cónclave de noche y misterio que los otros no tienen, o simplemente no
intentan alcanzar... Se podría suponer que el ostracismo al que el criterio del
siglo XX condenó a Sime se debe a que su visión era demasiado oscura, demasiado
misteriosa... Dulac y Rackham nos reconfortan, las pesadillas de Harry Clarke
nos deleitan más que asustarnos. En Sime no hay solaz. Sus sueños son sueños de
muerte...”
Por
otra parte, la comparación con Rackham y Dulac puede explicar por qué la
estrella de Sime se fue apagando. Como apuntan Heneage y Ford, “...Sime era
fundamentalmente un hombre del blanco y negro, que conoció el éxito en la
última década del siglo XIX, la edad de oro para los artistas que empleaban esa
técnica. En la década siguiente, la
mayoría de las revistas optaron por la fotografía, brindando espacio sólo a
aquellos dibujantes humorísticos cuyas intenciones no dejaban lugar a dudas...”
(Añado yo: el arte de Sime era incómodo, sus intenciones inescrutables, sus
contenidos suscitaban interrogantes y no el alivio de lo ya conocido y familiar. Continuemos
ahora con Heneage y Ford.) “... Los
editores de libros se decidieron por el color: era la época de los “Gift Books”
(lujosos libros de obsequio). Sime no podía competir con Arthur Rackham, Edmund
Dulac, Kay Nielsen, Hary Clarke, E.J. Detmold, Willy Pogany o los hermanos
Robinson. Tenían la capacidad de
cautivar nuestra mirada; el don de Sime era el de deslizarse adentro de nuestro subconsciente.”
Después de dos exposiciones, en 1924 y 1927, Sime prácticamente desapareció del mundillo
artístico de Londres. Cuando murió en 1941, Lord Dunsany, su
colaborador, amigo y mecenas estaba de viaje, pero en marzo de 1942 escribió:
“He expresado a menudo, en conversaciones y conferencias, en mi
autobiografía, mi admiración por su
genio, y creo que el mundo ha perdido un personaje único...” Comentan Heneage y
Ford: “...Dunsany podía celebrar la ´ estupenda imaginación ´ de Sime porque su
castillo estaba decorado con los dibujos originales del artista. Pero la mayoría
del público ( en la década del cuarenta) desconocía su existencia, debido a lo
que Coke definió como ´ su escasa producción y su desprecio por la fama
´.”
Sime
fue redescubierto en los ´70 cuando la fantasía se puso otra vez de moda –
gracias a Frazetta, Tolkien y los libros de ilustraciones editados por
Ballantine. Por supuesto, Rackham y Dulac siguen acaparando los primeros
puestos en cuanto a renovada popularidad: Sime sigue siendo “demasiado raro”.
Seguramente, su incierto puesto en el ranking de los artistas “top” debe
causarle gracia, mientras toma una copa de ajenjo con Poe en el infierno.
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