Es ya prácticamente un lugar común referirse a Jack Kirby como el gran protagonista de la llamada Era de Plata del cómic norteamericano, y creo que a nadie se le ocurriría cuestionar el lugar central que tiene en el panteón de grandes creadores de historietas ( y ya no sólo en el vapuleado género de los superhéroes, sino de la historieta mundial de todos los tiempos). Comparado a la explosión de acción desaforada e inventiva gráfica que encontramos en sus páginas, todo lo demás se vuelve pálido, reticente. Pero la reticencia puede tener su propio encanto, y en esta vertiente, Carmine Infantino se destaca.
Infantino inicia su carrera en los ´40, imitando a Caniff y a Robbins; pero con el correr del tiempo, este típico "self-made man" de Brooklyn descubre a Degas y Modigliani; le llama la atención, en el campo de la historieta, el inigualable Alex Toth. Poco a poco, el joven Carmine va desarrollando el estilo único que será su sello distintivo. Hablábamos de la "Silver Age": es precisamente la publicación del nuevo Flash, diseñado por Infantino y guionado por Bob Kanigher, en el número 4 de Showcase, editada por DC, la efeméride que marca el inicio de esa era. Corría el año 1956.
El otro gran artista de la DC, por ese entonces, era Gil Kane, cuyo manejo de la anatomía en el dibujo de la figura humana era magistral. Su dominio del escorzo era admirable – no había ángulo que se le resistiera a la hora de plasmar dramáticamente a los personajes que lo hicieron – y que él hizo- famosos: Linterna Verde y Átom. Pero el Flash de Infantino era sobrio y grácil, de una elegancia fascinante. Por un lado, el Linterna Verde de Kane se contorsionaba con expresivo barroquismo digno de Miguel Ángel: el uniforme parecía pintado directamente sobre el cuerpo del personaje, de modo que podía verse cada músculo, preciosa y precisamente delineado. Por el otro, Flash, esbelto y aerodinámico, como corresponde a un corredor, era un relámpago estreboscópico, rojo y amarillo.
Los escenarios de Infantino eran de una belleza formal despojada, exquisita, donde el espacio vacío o negativo era elemento crucial del diseño. Paisajes urbanos de amplias perspectivas constituían el decorado perfecto para las contiendas (verdaderos ballets) entre Flash y sus coloridos adversarios. Ciudad Central constituía lo opuesto, visual, espiritualmente, a la sombría Ciudad Gótica de Batman: era la urbe donde el velocista corría – valga el involuntario juego de palabras- sus aventuras: una metrópolis de anchas avenidas, serenos parques y delgados rascacielos allá lejos, sobre el horizonte, más allá de infinitas explanadas, una luminosa y armoniosa utopía a la Frank Lloyd Wright o al estilo de la Brasilia de Oscar Niemeyer. Las calles nunca estaban atestadas de transeúntes, los cielos eran siempre azules y despejados; hasta los pintorescos villanos ( el Amo de los Espejos, el Capitán Bumerang, Onda Cálida, Abracadabra, y muchos más) eran relativamente inofensivos y estrambóticos. Los ingeniosos guiones de John Broome (que fue el escrito regular de la serie) eran responsables de gran parte de su irresistible encanto, pero era el estilizado dibujo de Infantino el que realizaba el sortilegio. Ninguno de los dibujantes que lo sucedieron hasta la actualidad en este título, algunos de ellos muy buenos, pudo recapturar la magia.
En la segunda mitad de los ´60, Infantino es nombrado Director Editorial de la DC, y si bien seguirá ideando portadas y proyectos con su equipo de colaboradores, abraza el rol de ejecutivo estrella sin lamentar por un momento, aparentemente, el haber abandonado su carrera de dibujante. Nada más lejos de la convencional concepción romántica del artista, que sangra y vive para su obra, que el pragmático Infantino, quien al final "hizo la América", como habían soñado tantos inmigrantes peninsulares. Como editor fue osado e innovador. Pero las ventas flaquean y en 1975 la Warner – dueña de DC- le pide la renuncia, a él, que siempre había sido un "hombre de la compañía". Siguen años de "free-lancer" para la Warren ( donde realiza algunas memorables historias en blanco y negro), para la Marvel, con trabajos indiferentes, y otra vez para la DC, poco antes de retirarse definitivamente del cómic.
Cerca ya de los ochenta años, fue entrevistado por el Comic Journal. Interrogado sobre los trabajos que admiraron una generación, como Flash, pero también las inolvidables aventuras espaciales de Adam Strange, Infantino revela un total desencanto con su obra. En un momento veladamente desgarrador confiesa nunca haber "despegado" como artista, por preferir la carrera ejecutiva que le ofreciera la editorial a la cual se sentía obligado por lazos al mejor estilo de la "familia" (no en vano era de origen italiano...). No le conmueve el hecho de que su trabajo haya quedado en la memoria de tantos lectores: para él era sólo eso, un trabajo, con el que se ganó la vida muchos años, y nada más. Pero no será ésta la primera vez que un autor reniega de la obra que, sin embargo, más allá de lo que sienta él, permanece y es justamente apreciada.
En estos tiempos, en que la vulgaridad, la pedantería y la fórmula repetida hasta el hartazgo parecen campear en el "mainstream" del comic norteamericano, la contenida sutileza de Infantino tiene una cosa o dos que enseñarnos.
It is almost a platitude to refer to Jack Kirby as the great protagonist of the Silver Age of comics, and nobody would question his place in the pantheon of great comic creators ( not only in the much abused superhero genre, but also in the history of the medium). Compared to the explosion of exhuberant action and graphic inventiveness in his pages, everything else looks pale, understated. But understatement has its own appeal, and in this area, Carmine Infantino reigns supreme.
Infantino started working in the ‘40’s, imitating Caniff and Robbins, but very soon, this "self-made man" from Brooklyn discovered Degas and Modigliani. In the comics field, he was awed by the peerless Alex Toth. Little by little, young Carmine perfected the unique style that would become his trademark. We have mentioned the Silver Age: it was precisely the publication of the new Flash, designed by Infantino and written by Bob Kanigher, in Showcase # 4 of Dc Comics, which inaugurated this era. It was 1956.
The other great DC artist, in those days, was Gil Kane, whose rendering of human anatomy was superb. His mastery of foreshortening was admirable : no angle was daunting enough when he had to draw the dramatic poses of the characters which made him – and which he made- famous: Green Lantern and the Atom. But Infantino’ s Flash was graceful and elegant. On one hand, Kane’ s Green Lantern was contorted with an expressive
Baroquism right from Michelangelo; his uniform seemed to be painted on his body, so that every muscle, precisely and preciously drawn, could be appreciated. On the other, Flash, slim and aerodynamic, as a runner should be, was a man-shaped stroboscopic streak of lightning, red and yellow.
Baroquism right from Michelangelo; his uniform seemed to be painted on his body, so that every muscle, precisely and preciously drawn, could be appreciated. On the other, Flash, slim and aerodynamic, as a runner should be, was a man-shaped stroboscopic streak of lightning, red and yellow.
Infantino´s backgrounds were exquisite compositions of a formal minimalist beauty, where blank, negative space payed an essential role in the total design. Cityscapes of ample perspectives were the perfect backdrop for Flash’ s handsomely coreographed struggles against his colourful enemies. Central City was visually, spiritually, the antithesis of Batman’ s sombre Gotham City: a city of wide avenues, serene parks and thin skycrapers, far away on the horizon, beyond infinite terraces; a shining and harmonious utopia a lá Frank Lloyd Wright, or Niemeyer’ s Brasilia. Streets were never packed with pedestrians, the skies were always blue: even the quaint villains (the Mirror Master, Captain Boomerang, Heat Wave, etc.) were relatively inoffensive and quite flamboyant. John Broome’ s inventive scripts had much to do with the title´s irresistible charm, but it was Infantino’ s stylized art that won the day. Not one of the artists who drew Flash after he had left, some of them very good, could recapture his magic.
In the second half of the ‘60’s, Infantino was made editorial director of DC, and though he continued designing covers and discussing new projects with his collaborators, he embraced his new role without any regrets, apparently, about giving up his drawing table. Nothing farther from the conventional romanticized picture of the artist who lives and breathes for his work than the pragmatic Infantino, who had finally "made it". As an editor he was bold and innovative. But sales plunged and in 1975, Warner, the owner of DC by then, asked him to resign: a big blow for someone who had always thought himself as a "company man". The freelancing years started, doing some memorable black-and-white work for Warren, some indifferent commisions for Marvel, and back to DC for a while, before retiring definitively from comics.
When he was about to turn eighty, Infantino was interviewed by the Comic Journal. When asked about the titles which had captivated hosts of readers, not only Flash but also the unforgettable space adventures of Adam Strange, he candidly revealed he was not very proud of them. He felt that his art had never taken off because he had chosen to turn away from it when he was offered the editorship at DC. He was unmoved by the fact that his art was cherished by a generation: it had only been a day-job to him. Anyway, no matter how he feels about it, his work remains, and deserves all the praise it has garnered.